jueves, 7 de julio de 2016

                                                          IN SACULA SACULORUM

Hay unas cualidades que consideran en la Roma Clásica importante para el gobernante: rectitud, decencia, dignidad, gracia, fama y respecto entre otras. Todas esas características se definían  con una sola palabra: honor el origen de esto proviene de otra palabra, honos, que era el premio publico que se daba a quien se comportaba de esa manera antes descrita. El premio publico del que tenia una conducta virtuosa (virtus, valor) solía ser un cargo publico. Los honesti eran aquellos que habían sido premiados con un cargo publico por su actitud integra.
Pasado el tiempo la palabra honor ha designado la causa del premio en lugar del premio. Remontándonos más atrás ya decía Aristóteles: "un estado es mejor gobernado por un hombre bueno que por unas buenas leyes". Esta claro, los hombres malos pueden retorcer las leyes buenas. Un hombre bueno hará justicia aún con leyes malas.
Repetimos elecciones, hay algo positivo, no se han doblegados a hacer pactos por intereses.
Dice el profesor Galisteo (Gamalirl para sus alumnos) que probablemente de las urnas salga lo que nos merecemos y que no siempre coincide con lo más conveniente a priori. La Mesocracia es una forma de Gobierno en que domina la clase media. También podríamos llamarla vulgocracia  por aquello del vulgo, pueblo. Con el riesgo, claro está, de que termine gobernando los más vulgares del momento.
Cuando Fernando el Catolico hace 500 años se usaba un sistema para elegir los cargos públicos muy curioso. Se designaba primero los electores, luego los candidatos cuyos nombres se metian en un saquíto (saccula sacculum, en latin de donde procede insaculación). Al final era el azar o el destino o la providencia quien hacia recaer la elecion en algunos de los candidatos. El honor, el cargo publico, el saquito, el vulgo y lo vulgar. Todos a las urnas para elegir aquellos  corifeo que nos represente  y dirijan nuestras opiniones en los próximos años. Y luego le llamaremos libertad. Hemos dotado de excesiva transcendencia  al hecho de votar en una urna como si nos jugáramos (¿juzgáramos?) el juicio final. ¡Quye viene el hombre del saco!.

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