El que haya tenido esta gran idea pensará que es un martirio tener que compartir vagón con un niño que llora, grita y corretea por el pasillo, pues habrá que asegurar por encima de todo el descanso de los pasajeros. Para ello, "el cliente deberá respetar el silencio, hablar en un tono bajo, y no mantener conversaciones duraderas", y otras medidas "para garantizar la calidad del servicio". ¿Pero de servicio a quien? ¿a una clase pragmática que pone su comodidad por encima de los derechos de los mas débiles? Total, como son pequeños no se quejan.
Medidas así son el termómetro de lo egoísta que puede llegar a ser una sociedad, si solo usa como pauta de medida lo utilítarísta y económicamente rentable.
Cierto que a veces hemos tenido que tolerar el ruido de los niños o el llanto de algún bebé en algún viaje. Pero ademas de que podemos comprender que es muy cansado para ello tener que hacer un trayecto de varias horas sin moverse ni rechistar, otras veces sus palabriílas y sobre todo sus risas son lo que ha dado vida al vagón. No se les puede pedir que se comporten como si fueran adultos, además de que es innegable es que hay en ellos mucha mas alegría que en los mayores, o no tan mayores, pues cascarrabias los hay de todas edades. Hubiera sido mas humanos que Renfe dedicara un vagón para ellos.
No hace muchos años en la Alemania nazi había establecimientos en los que se exhibía el siguiente cartel:
"Prohibida la entrada a perros y judíos". Y no me resulta descabellado esta comparación, porque entre que tener mas de dos hijos a pasado a ser un fenómeno sobrenatural en España, y que la natalidad sigue cayendo a un ritmo preocupante, el mensaje que se transmite a los propios niños con esta medida es que para los mayores son un estorbo. Ellos que serán los que representen el vasto mundo laboral de mañana, y quienes se les pedirá que aseguren la protección y asistencias de sus mayores. Habrá que pensar bien cuál es la herencia que se le está dejando.
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