viernes, 4 de julio de 2014

EL PECADO DE EVA

La noche gaditana era de ensueño como la de las mil y una. La cena en la agradable compañía de Juan y Carmen. La charla animada de mil y un tema. El helado, requerido. De yogur de mandarina sobre el que se añade mil y un ingrediente. Nos llamó la atención uno de ellos, obviando los otros mil: el pecado de Eva, con el que ya supusimos que se refería a la manzana, esa fruta que nos narra la Biblia, si no que más bien debió ser invención de los pintores. Puesto a dibujar una fruta qué mejor que el contorno sinuoso y sensual de la fruta del manzano. No había en la heladería ninguna feminista que dijera ¿y el pecado de Adán? Esa fruta, que no manzana, el origen de los tiempos del nombre me recuerda a ese pueblo rayano en la leyenda que vivía plácidamente.
Trabajan todos los trabajadores de sol a sol y hacían todas las tareas que requieren la subsistencia para cubrir sus necesidades básicas. Tareas de la granja, del huerto de la casa, del negocio y de la atención de la familia. Era una vida intensa y descomplícada sin prisas, sin quebraderos de cabeza. Solo el inconveniente de que debían hacer una cosa tras otra hasta mil y una. No obstante eran felices como Adán y Eva ante de su pecado y el nuestro. En un momento dado decidieron que uno se encargaría de fabricar zapatos, otro el pan, ordeñar las vacas y vender la leche, sembrar la huerta...Lo primero que se noto en aquel pueblo fue una sensación de alivio, de comodidad al sustituir la multitud de tareas diarias por la especialización en trabajos de cada gremio.
En aras de una supuesta descomplicación  habían  decidido realizar una tarea específica que luego podrían al servicio de los demás. Así surgieron zapateros, sastres, panaderos, cazadores, pescadores,...
Pero pasaron los años. Se inventaron muchas necesidades.
Se habían complicado la vida hasta la angustia.
La vida, ¡¡qué complicada es!!, decía con rictus de amargura aquella Eva de hoy que reclama sus mil y una necesidades.


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