lunes, 18 de noviembre de 2013

HABIA UNA VEZ UNA CLASE MEDIA

Hay un cruce por la avenida de Portugal, viniendo de comerte el sol en Santa maria del mar, que esquina con Atela. Es comienzo de Bahía Blanca con una tienda de lo mas pija que reverdea a la Avenida, guiñándole el ojo a tiendecillas que sestean la crisis con productos de bajar de casa y no pisar un supermercado. Hay una tienda de libros y revistas y una pescadería y un ultramarino chino. El otro que los enfrentaba, con su dueño, delgado y calvo, saliéndose a la acera para fumarse un pitillo, ya quebró, lastima de hombre, que no podía permitirse derrochar más sonrisas, ni ser mas amable. Entre ellos están dos deambuladores cronificados con el ambiente, el lismosnero y el vendedor de la ONCE, cada uno en su sitio de guardia, auspiciando cómo levantará la cara, el nuevo día. El lismonero pone cara de pena que es lo suyo y espera agazapado, enguantado en un salidero del edificio, donde ocupa su patrimonio, un platillo con céntimos y un hatillo. Si coge de la mano el barrio que en el tiempo fue nobleza, se te apergaminan los pies, se te deslucen los ojos y solo ve crisis por cada casapuerta. No importa que los edificios sigan mirando hacia las alturas, ni los minichalecitos en un Cádiz que no se lo puede permitir, por el corto espacio que da resuello entre el cuello y su camisa. Han envejecido y los carteles ausentes de "se vende", alternan con parroquianos mayores y maltrechos. Si te coge de las manos y paseas veras que los zapatos se revenden, al ponerle suelas, porque las gentes no va a recogerlos y que "el todo a un euro" malvive en su ignorancia mediática. Las tiendas pijeras  de doscientos y trecientos la prenda, están fuera de juego y la cafetería señorial de terraza, pega puñaladas con cafés a tres euros. Son las losas, adoquines, que se quedan pegados al recuerdo y los sábados por la tarde, paridero de olvido y desdenes, en una solitaria avanzadilla de la nada, que es pasear solo con tu soledad a cuesta. Por el hueco de una ventana de un adosado, lujo de otro tiempo, se va haciendo la tarde, que cae pronto, porque el cambiar el horario nos desubicamos y ya no sabemos, ni cuando empieza el día, ni cuando termina la noche. Por un hueco de la ventana se ve una anciana trasteando en la cocina y tras ella se presiente una sombra, con la que habla en voz muy baja. Es el futuro que acecha, es la estampa, es la vida que decrece o estalla, como los ganglios externo de las axilas, que nos devora por dentro sin que nos demos cuenta, porque el paseo, la marcha, ha sido un despojarse de la camisa, un ver al lismosnero correr tras una propina y cruzar la calle y saltarse la  prevención e incluso regalar al cielo, una sonrisa.

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