sábado, 26 de diciembre de 2015

                                          AMARILLO EN TRES

La vida de cuando era un niño. Mi vida de niño no sonriente de los surcos creado tras cada sueño. De la Isla Chica. De la espadas, el pincho, el aro de hierro, los de de caña de cañaveral, la billada. El juego de los botones en el zaguán de mi casa, la libertad de los callejeros perros. El carbonero.
Las bicicletas del portugués. La palmera de las escalas. La Gavia Fernando Barranco y Miguel: la amistad primera. Los pantalones de pana con tirantas. El chocolate Pinky, el pan con manteca y azúcar, Colacao en desayunos y meriendas...Y la plazoleta. Continuamente aquella plazoleta de tierra árida. Y esa mágica noche, en el cine Apolo de verano, José Luis y su guitarra.
Naturalmente que la recuerdo. Ahí está, fotografiada y amarilla y atravesando la bruma de mi rostro coloreado por las primeras sensaciones del amor.
Como hada de Gustavo Adolfo Bécquer: apareciendo, desapareciendo. De cabellos de oro. De cuerpo de plata y aroma de marisma. Que como amanecer marinero asomaba su vida por entre las rendijas de la puerta marrón  de la casa de la plazoleta. Naturalmente que la recuerdo. En esa plazoleta y esos paseos interminables a lo largo de la acera del Estado. En esa plazoleta la recuerdo. La recuerdo en esa plazoleta como un grito que deja clavado el viento en la retina para siempre. Que en esa plazoleta solamente tú. En ese trozo de mis sueños, solamente tú, solamente tú, solo tú.
Aquellos paseos como acompañante ilusionado, junto a Antonio, Lola y Rosa Maria. En parejas y por el sendero de todos los días  desde la barriada de Tartesos, paseando por el Barrio Obrero, hasta el taller de costura del Matadero. El tonteo amoroso por el camino amarillo. Los roces con los brazos, las manos. El murmullo y las risas a escondidas de Rosa Maria y Lola.
Antonio atreviéndose con los pellizcos y yo, con la timidez a cuesta guardándome los deseos en los bolsillos de mi chaqueta azul oscuro tirando a negro. El mismo camino. Con los mismos dardos envenenados de aquellos dos quinceañeros que si Ramón era mas alto, más serio y mas guapo; que sí Manolo era el mas simpático; que ojala pudieran conocer los;  que si pudieran tocarla las chaquetillas de cuero...
Y Antonio y yo nos quedábamos atrás comiéndonos por dentro, aunque supiéramos que el Dúo Dinámico estaba de gira un tanto lejos.

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