miércoles, 2 de octubre de 2013

ASUNTA

Las del corrillo se echan las manos a la cabeza por la muerte de la niña adoptada. Incluso Carmen llega a decir en confidencia, que "los adoptados tienen mala adolescencia y que hay que estar muy preparado para entenderlos". Pero lo de Asunta no va de adolescencia, sino de Bretonismo. Al menos esa pinta tiene, por la dificultad de encontrar pruebas y la impasibilidad de los imputados. No sé si se les has perdido un crio en un supermercado o si lo ha tenido muy enfermito, pero se pierden los nervios y hasta el mas cerebral, se vuelve un poseso, pero sin diablo dentro, sino con las carnes fuera. No entiendo, entonces y me comprenderán ustedes, tamaña empresa de quedarte impasible, viendo como registran tu hogar para dar con pistas, de como pudiste matar a tu hija. A la niña parece que la asfixiaron, tapándole las vías nasales, dándole antes, para reducirla pastillas de todos colores, semejanza horrible, de nuevo, que se aprobó en el caso Bretón, en el juicio dando muestra de protagonista, no de locura, sino de fanatismo creyente, en sus bondades como padre. En la cara de la madre de Asunta, vi, por la imagen de la televisión, algo que me recordó levemente aquellos otros ojos fríos y sin vida, como de pez fuera del agua y me espanté, porque no podía creerlo. Ahora se perfila el motivo, el móvil, como dicen los enterados del porqué, que parece que es por dinero, por herencia o por celos, pero la verdad es que eso, es lo que menos me importa, como no me importaba que Bretón odiara a su mujer, sino que fuera tan cobarde, como para no asumir que ella hubiera dejado de amarlo. Nos espantan los homicidios en que los padres matan a sus niños, sobre todos los que tenemos hijos, a los que castigamos por exámenes suspendido, por golpes del destino y por desvivirnos, si nunca o casi nunca, conseguir un respiro. Asunta era feliz, estudiaba, sacaba buenas notas y era muy apreciada en su colegio y seguro que por sus abuelos, que si, lo que se presume de herencia es verdad, la habrían conducido, sin ellos quererlo a su encuentro. Asunta murió, como no debe morir un niño, drogado, amarrada y asfixiada como un animal, dispuesto para el sacrificio, joven y virginal mártir, que emigro de China con visos de encontrar la felicidad y solo encontró la muerte. Y entristece pensar en los muchos que esperan a sus hijos, venidos de cualquier parte del mundo, incluida España, que penan por las administraciones sordas, por papeleo infinitos, por listas sin nombre y pasajes inadmisible económicamente, para ver encima que unos padres salidos de una fabula perfecta, puedan haber echo esto con su hija. Porque no solo grima o rebela, sino que además escarnece y mortifica.

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