sábado, 28 de enero de 2017

                                                                  TWITTER Y LA
                                                                                 LIBERTAD

Siempre que escribo algo creo que solo me lee mi padre. Lo pienso todo el tiempo hasta que un día llega un tuitero que me dices que le gusto algo que publique  no sé cuando del año 1.000 antes de Cristo. Cuando eso pasa me doy miedo. Miedo porque si para algo sirve que pase el tiempo es para madurar y ser mas cauta. Y porque yo soy de tecla fácil y críticas redundante. Terror porque internet es esa gran memoria perenne que filtra tus palabras con una sola etiqueta. 
Entonces es encender la noticia y ver que un hombre barbudo y de apellidos graciosos estás siendo juzgado por una serie de tuits que escribió ofensivos y que una vez  leídos si que me parecen exagerados, pero en ese mismo momento me veo a mi misma tirando de tuitoteca, para creerme a salvo de los procesos judiciales futuros. Creo que de momento me salvo, aunque vete a saber. Cuando uno escribe semanalmente dice muchas tonterías, cuando escribe diariamente es exponencial la sarta
de sandeces que puede hilar a lo largo de las veinticuatros horas que se suma en la jornada. Así que se me cambia la cara y maldigo aquel verano de 2011 en el que mis compañeros del Diario me mostraron una red social con el logo de un pajarito azul. Ya es tarde, Quien sabe la cantidad de empresa que habrán visto mi perfil y me habrán descartado de los procesos de selección. Quien sabe quien se esconde detrás de cada avatar y si me conoces personalmente o no. Quien sabe si como a otros en el futuro, alguien sacará a la luz aquella broma que hice sobre algún político que, sacada de contesto seguro que ralla el mal gusto. No está nadie para tirarla primera piedra que se diga.
Y es que el universo de Internet que hasta hace poco no tenia limites legales está siendo cercado sin remedio en un empeño por controlar el contenido al que estamos expuesto a diario. Una labor ardua y también injusta a la que se podría  atribuir el principio de retroactividad legal, o lo que es lo mismo, si no estaba legislado antes de ser cometido el delito no se puede imponer pena. Pero no lo hacen porque el derecho tienes tantas visiones, tantas lecturas, tantas interpretaciones posibles como
las puede tener, por ejemplo, una sencilla frase de cientos cuarenta caracteres,



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