El ganador de las conversaciones de estos días ha sido...el precio de la luz. De la calefacción, para ser mas concreto; de la electricidad, para ser mas preciso; de la energía, para ser mas técnicos. Junto a una ocasión para el cabreo sordo y para el chiste viral, se nos ha ofrecido un modelo de cómo tendrían que ser nuestras discusiones política, un modelo mejorable, si pero un modelo.
Porque hemos visto -a tirones- que decisiones de gobierno que se tomaron allá cuando no hacia tanto frío han puesto al rojo vivo las cuentas de la electricidad. Optamos por apostar las renovables o repudiar la energía nuclear y nos pareció que hacíamos bien y que nos merecíamos un aplauso. Pero aquella decisión han acabado teniendo consecuencias que nos gustan menos y nos cuestan más.
Pasa con todo cualquier decisión es un conglomerado complejísimo de prejuicio, de principio, de causas de intereses, de políticas, consecuencias de indignaciones. La democracia consiste o debería consistir en escoger qué medida se compadece mejor con nuestra idea y nuestros propósito. Lo cual es perfecto pero, para poder adoptarla deforma responsable, es preciso saber que cada resolución acarreará irremediablemente sus consecuencias, No tiene sentido enfadarse muchísimo con los carolarios de las decisiones que tomamos libremente o que tomaron nuestros representante públicos con nuestro consentimiento. Donoso Cortés lo dijo con más donosura que cortesía: "levantamos tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias ". No se puede afear algo con mas gracia. Nicolás Gómez Davila fue todavía menos cortés: "los tontos se indignan tan solo contra las consecuencias".
Conviene no dar más motivos que los inevitables para que nos llamen tontos. En cualquier debate político, habría quien dejara claro, con un esquema si es posible antes de lanzarse ala arena de ideología, cuales serán las consecuencias económica, sociales y jurídicas de cada acto. Es verdad que ésta, a veces, también se discuten, pero hay menos margen y, en cualquier caso, habría que dejarla más o menos atada antes de meterse en la discusión más política, sentimental o partidista sobre qué postura en concreto adoptar finalmente. Ganaríamos auténtica transparencia. Nos evitaríamos bochornosos lamentos si acometiéramos los debates públicos con renovada energía y con una metodología más ordenada y sistemática.
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