jueves, 14 de septiembre de 2017

                                                            MISÁNTROPO EN SARAO

Entre los terrenos nítidos de lo que tenemos que hacer (ir al trabajo a las ocho de la mañana, por ejemplo) y lo que queremos hacer (leer A la sombra de las muchachas en flor en una hamaca), se halla un vasto territorio de recodos y quebradas. No son ni deberes inapelable ni placeres propios. En algunos momentos de maniqueísmo feroz, hemos manifestado nuestro firme propósito de no hacer nada más que nuestra santa voluntad, fuera de aquellas actividades en la está sometida. esto es, fuera de lo indispensables para ganarse la vida o para cumplir con unos compromisos libremente adquiridos. Pero tan sencillo no es.
En esta semana de agitado pico social, con fiestas, cenas y veladas o solidaria o reocon (privadas, digo) o cooperativas (se paga a escoger) por allá o por allí, lo sufro en mis carnes. Mi deseo mas profundo es quedarme en casa leyendo o escribiendo otro articulo distinto a este- tan impuesto por las presentes circunstancias-, en un cuarto con la puertas cerradas, oyendo amortiguadas, a lo lejos, las dulces voces de mis hijos que juegan solo sin pelearse con la manguera en el jardín prefiero concentrarme a distraerme. Es mi idea de la felicidad inalcanzable, para ser más preciso. Acabo yendo todos (¡a todos!) esos jaleos. y por una paradoja. Es las caricias de mi mujer valora más; que yo vaya errático por ahí dando palmadas a diestro y siniestro en las espaldas de media humanidad. Misántropo metido en medio de los saraos más ruidoso por amor a la intimidad.
En el matrimonio se promete fidelidad en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y la pobreza, en la salud y en la enfermedad; y un amigo insiste en que lo más duro de fidelidad es, en realidad, en lo bueno, porque en lo malo la bonhomía nos obliga a no dar la espalda. La paradoja es preciosa, y la veo más clara es, uf, en las fiestas.
Para acabar con otra vuelta de tuerca, uno regresa a casa reconociendo que hizo bien en salir. Una cosa es querer quedarse en casa y otra, asumir una vida sin amigos, que son, como advertía Aristóteles quizá para conjurar su propia misantropía, lo mejor de la vida; y que requieren su periódica ofrenda ritual de tiempo inmolado y de silencio abierto en canal. Todavía más; en el ultimo,
ya llegando a casa, se alcanza la apoteosis delanonadamiento cuando uno tiene que admitir, humillando, que, encima, lo pasó de miedo.

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