viernes, 15 de septiembre de 2017

EL SUEÑO DE GRECIA

                                                              EL SUEÑO DE GRECIA

Eran los años dulces de la Facultad, la novia amantísima y los versos infame. Vivía la primera juventud, pero se sentía terriblemente cansado. Caminaba abrumado por el peso de los siglos y escribía sonoras frases de grandilocuencia espeluznante, hemos inmolado las cadenas que nos atan a la realidad en el altar de Homero, cosa así, que no se sabia muy bien contra que se arremetía o qué
reivindicaban, pues a menudo se trataba de manifiesto procloamas ardorosa y felizmente desentendidas. Las amigas lo dejan por novelero, pero el se mantenía firme en su destiempo. Quizá no compartirán del todo la afición a las reflexiones vaporosa, pero H siempre prefirió,a los ambientes intelectuales en los que veía reflejada su propia deficiencia, la alegre compañía de las muchachas, que simpatizaban con el orador y celebraban su estrafalario discurso, aunque se acabaran hartando de tanta melancolía impostada.
Nos volcamos en el fango de los siglos y caminamos sucio de nostalgia cubierto por el barro milenario. H usaba mucho la primera persona del plural, pero la verdad es que su palabrería incontinente no contaba con demasiados adeptos, fuera de unos pocos incondicionales que participaban no tanto de los deliquios esteticista como de común afición a la logorrea interrumpida,
por lo general acompañada de espirituosos a destajo. Eran las largas horas conversación en las tabernas, por que H enemigo de la novedad, profesaban  un aristocrático desdén hacia la discoteca
o los bares de moda. Los colmados y las tasca pero sobre todo las plazas, donde se reunían como conjurado en las sileciosa compañía de los viejos y de los vagabundos, impasible o desafiante frente al frío húmedo que calaba hasta los huesos o las temperaturas inhumanas de la estación seca prolongada por espacios de meses interminables. En el imaginario de H, que no apreciaba el verano
ni a los veraneantes, el del calor  era el tiempo de la desolación, una pesadilla cíclica que lo dejaba
como aletargado, aunque no inactivo. Se rebelaba contra la malhumorada declaración de indolencia
que había subrayado en el facsímil de una afamada antologia -no saber, no querer ni esperar nada -
y le parecía ahora un desahogo adolescente. El tal vez no supiera, pero quería. y esperaba.
Podrá no haber poesía, pero siempre habrá poetas, afirmaba muy serio, anque versos, lo que se dice
versos, había compuesto pocos y de malas ganas. No encontraba placer en la escritura ni sentía llamado por la vocación ni le parecía deseable el oficio de las letras. Desconfiaba de hecho de la mayorias de los autores, veteranos y de andar por casa, lo que había tratado, gentes no desinteresada y de demasiado ansiosa de reconocimiento, caracterizada por una insufrible tendencia a hablar de si misma -no de vaga abstracciones que era lo que le gustaba a H -y un aire de suficiencia que deriba fácilmente a la megalomania. Lo suyo era los muertos, antiguos y prestigioso
o reciente e ignorado, pero sobre todo los antiguos, nombres sin voz ni rasgo fiable de los que pocos quedaban lineas truncadas, un retrato seguramente apócrifo y algunas fechas incierta. Presencia fantasmalesvde perfiles nebuloso, pero a la vez sorprendentemente vivas que por un raro milagro nos
seguían hablando en sus lenguas originales. Ellos los lejanos ascendientes, eran los verdaderos contemporáneos.
Podría llamado Avalón , Brocelandia o nunca Jmás, pero elijió llamarlo Grecia y en ella vivía, autoexiliado de la época que le había tocado en suerte. Grecia era la memoria de los predecesores,
las hermosas ediciones oxonienses, los manuales raído del uso. Eran las clases de mitologia fuera del aula, impartida por un profesor de manera delicada que sentaba a sus alumnos en circulo, sobre
la hierba amiga donde tenia lugar los escarceos galante, las ebridades festivas, la elucubraciones el
porvenir de la humanidad en esta edad miserable. Eran la camisa banca, la corbata negra y la gabardina heredada que habían llevado -así parecia en las fotos familiares- los grises estudiantes de medio siglo. Eran las condiscipulo con el pelo recogido en moños altos, los vestidos neoclásicos o neohippies que llaman de estilo imperio, los cuerpos desnudos en las noches-o mejor aún las mañanas- de íntima comunión hedonista. Eran el estudio desordenado, las almas naturalmente paganas y el culto de la belleza que no estaban en los museos.
H deseaba conocer la Grecia actual y recorrer de un lado a otro o el verano solar de los aqueo, pero lo cierto es el país que imaginaba en su cabeza no existía -ni en rigor había existido- fuera de ella. Este país conjetural era y no era la antigua comunidad de los helenos,de lo que no tenia sino imprecisa nociones escolares. Ocupaba desde luego sus mismos limites especiales o temporales y acogía a las generaciones de hombres y de mujeres- a menudo solapadas en las crónicas, no en las
visiones de H- de las que hablaban los eruditos, perola realidad historica se mezclaba con un entramado de asociaciones, vislumbres o fantasía que recogían de modo caprichoso y mas o menos indocumentado toda una corriente que nunca había dejado de fluir. Esa continuidad, sostenida por incontables devotos,era una forma de arraigo. Muchos otros nefelibatas, antes que el desnortado H,
soñaron el sueño de Grecia.



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