domingo, 28 de febrero de 2016

                                                  DE DIOSES Y MORTALES

Son los Toruños, el mejor paraje para perderse del mundo. Incluso puedes mecerte en el tiempo mirando la copas de los pinos. Cuando hace frío, el Pinar de las Algaida se contrae sobre sí mismo y la higuera que emboca la avenida pétrea  mira a lo lejos, las azuladas aguas del Guadalete.
Josefa llego en su coche , con una rueda pinchada. Era uno de los díaz más escarchado de la temporada, con las sabinas y los enebros vestidos de plata. Un charranchillo la saludó al pasar, asombrándose de lo temprano que era para paseos, a media semana y con el frío que calaba los hueso. La marisma también se sorprendió al verlas, pero calló hombre y sus vanidades, su bicicleta y sus plásticos que la matan y ahoga en desechos.
Luego cuando pasó el día entero y la noche alimentada de mares embrujados y fríos invernales, ya supierón que Josefa había sido recogida por el tiempo, acunada por los mares milenarios de historias envueltas en sus mareas. Fue cuando la vieron ellos, buscándola, con helícoptero y coches, con uniforme coloridos, que destemplaron  los senderos y atemorizaron a las dunas, donde duerme el barrón.
Ya para entonces Josefa se había echo una con ello, dejado su cuerpo entre matorrales y aguas que la peinaron  y mecieron. Cuando todos se fueron, no la echaron de menos, porque se quedaron con su esencia de libertad y valentía de suspiros de marismas grata y el cielo blanqueado por el día.
Son los Toruños, l mejor paraje para perderse del mundo. Incluso puede mecerte el tiempo, mirando la copa de los pinos.
Tanto que no te importara una rueda pinchada, porque se acaba lo monótono, lo gris, abriéndose un mundo donde las hadas existen y los pajaros hablan en múltiples lenguas, olvidadas por la humanidad. Donde los charranes hacen nido en las sabinas, hincando el pico  en el vientre de las marismas, saciando hambre con viento, sed con luz del atardecer, furibundo por hundirse de nuevo en el vientre  de la tierra. Los barrones se mecen al compas del levante y el eco de los carnavales llega como un ensalmo mágico capaz de acabar con la tristeza. No es mal lugar para rezar plegarias terrenas, ni para elevar los ojos y ver lo infinito que nos acongoja y hacer estallar el llanto. Felicidad en verdes y malvas, en azules palantinos, en envoltura de barros mojados por la sal de peces barbitúricos de prodigios varios, como hacerse a la mar por un río navegable y conquistable. Mitad  rota en dos mitades desiguales , una la que regaló Josefa con su esencia, de aguas y puentes miradores. Otra, que custodia la higuera, de senderos que se pierden donde la imaginación navega.
No es mal lugar para tejer un sueño dichoso, donde dejarse morir o morir sin quererlo, con solo 69 años  y toda una horda de salvamento, tras tus pasos quietos.

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